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viernes, 25 de diciembre de 2015

SINDICATO NACIONAL DE ESCRITORES ESPAÑOLES. iN FORME DE LA PRESIDENCIA. MADRID, 25.12.2015



Estas soleares de Francisco Toro Luna (Escritor anterior al nacimiento de éste Sindicato), publicadas en 1929, también expresan:

"Eres como las campanas:
a gloria repican hoy
y a muerto tocan mañana."

En la estrofa de la poesía CANTARES FILOSÓFICOS, de José García Plaza, 1929, se ratifica el amor como primicia del romanticismo:

"Si tanto abrasan tus ojos
y es tu mirar tan ardiente
¿por qué tus lágrimas
son tan frías como la nieve?."

Teresa Carmen Freda, quien estuvo al frente del movimiento literario BUENOS AIRES POESÍA, en su libro titulado EL DESIERTO, 1987 de la colección VOCES ARGENTINAS, dice en los tres versos que cierran su soneto PLEGARIA A LA MUERTE DE UNA ROSA:

"Ya que nació por ti y ansió ser bella
haz que el soneto que mi mano escribe
torne perenne la marca de tu huella".

De manera semejante, Carmen Aguer, en los tres versos que cierran su poema BUSCARTE POR EL AIRE, expresa:

"Buscarte por el aire que respiro.
Buscarte entre las sombras de mi lecho,
buscarte en mi riza, mientras deliro,
buscarte en lo más hondo de mi pecho."

El Doctor Honorio Leal Escobar, en la poesía A UNA MUJER SIN NOMBRE, 2003, escribe:

"Y como un loco en la noche
me confunden tus recuerdos
y en mi cabeza se olvidan
hasta el sabor de tus besos."

También Fernando Penin López-Terradas, en los tres versos que cierran el poema ELEGÍA A LA MUERTE DE MI PADRE, 1996, nos demuestra que el amor sigue siendo sentido puro y romántico del sentimiento. Escribe:

"Porque será de alondras tu barbecho
y aún que no sepan dar cuenta del hecho, dirán que es primavera por tus ojos.

AL MORIR LA TARDE, poema original del Dr. Honorio Leal Escobar, nos transmite un sentimiento nostálgico que perdura con anhelo de eternidad:

"Que no llegue más la noche, 
esa noche oscura y  tensa,
que no se muera la tarde,
que la tarde se haga eterna."

José María Porta Tovar, en su poema SOÑAR CONTIGO dice, en el cuarteto último:

"Y al quiebro de la noche, en la vaguada,
bañada por la luna tu figura,
soñé que, junto a mí, por la cintura,
prendida te tenía y abrazada."

Sonia Dumont, escritora y poeta, en los versos últimos del soneto SU OCTUBRE ÚLTIMO, dedicado a la muerte de Emilio Zamanillo, dice:

"Así es la muerte, estela de la vida,
allí perece la existencia humana
una senda de luz siempre encendida
en el albor que nace en la mañana."

También la poesía erótica contiene romanticismo. Antonio Machado, en el soneto KERMESS explica:

"Ella escucha la frase violadora,
jugoso el labio, jadeante el pecho,
los ojos anegados...Él implora,
el blanco césped convertido en lecho."

Y Féderico García Lorca, en el romance PRECIOSA Y EL AIRE, afirma:

"Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre."

El romanticismo y el amor en el verso, como en loa vida, no existen sin sacrificio, bondad y paciencia. Sacrificio que va acompañado por el dolor: compañero inseparable de viaje por rutas de la vida que son necesario recorrer y donde el amor aguarda en cada vuelta del camino.

¿Sería romántico utilizar los aceleradores de partículas para aplicar la energía del Universo, si fuera posible? ¿Y la energía del vacío que nos rodea, no sería un proyecto románticista? ¡Cuanto más dificultades tenga el propósito, más romántica será su consecución! Newton, Galileo, Copérnico, y Einstein, fueron románticos. Pretender conservar alegrías y sentimientos gratos también es romántico, porque sabemos de su vida efímera que nos identifica como seres necesitados de infinitos. Ni Nietzsche, Lor Byron, Russeau, o Valéry, nos transmitieron ideas o conceptos que no estuvieran en nosotros. Tanto Goethe y su criterio sobre romanticismo, o Heidegger y su filosofía, no fueron cosa distinta que hipótesis para justificar nuestro deseo de perpetuarnos más allá del colapso del tiempo. Razón por la que recordar es volver, acercarnos hasta posesiones de cosas y asuntos considerados nuestros. Existencialismo, éste que dista mucho de ser teórico, más bien, concreción del mundo donde nos parece estar perdidos entre laberintos de necesidades y criterios. Retener las cosas, dominarlas, poseer aquello que nos interesa, y sentir el capricho de su contacto, la exquisitez de sus formas, la privacidad de su belleza; forma parte de nosotros aunque neguemos ser conservadores, o como también románticos.

El Romanticismo así entendido parece exclusivo del orden tangible, pero las cosas del mundo físico no constituyen únicamente sólo partes del mundo en sí. Ni la Ciencia, ni el Arte, ni la Naturaleza personalizan al mundo en sí mismas y lo hacen presente. Porque existen otros: subjetivos, soñados e intuidos, inéditos e íntimos, con abstracción absoluta del mundo que nos ha sido dado. De manera que carece de sentido peyorativo romántico considerarnos partes alícuotas de un mundo único. Hay otras formas de concebir sus contenidos: armonía de sus encantos, esplendor de su grandeza y la noción de poder vestirlos con ropajes de ensueños y sensibilidades. Umwelt, no hizo más con su concepto obre el mundo que no podamos hacer nosotros realidad fuera del ámbito donde existimos. Si bien es cierto que el mundo físico es como si no existiera sin nuestra presencia, tampoco sería posible la nuestra sin el ser del mundo.

Ni el poeta Virgilio, ni su continuador Servio, ni los personajes de las obras Eneida, Bucólicas, y Gregorianas; ni el pintor Simone, quien pintó obras de Francisco Martini; ni toda la antigüedad clásica, habrían podido plasmar belleza sin esa fuerza motriz que contiene el romanticismo. Tampoco aquellos conquistadores góticos del Imperio de Occidente; ni la antigüedad tardía, o la Edad Media, habrían podido existir sin lo inquietud de la acción, sin el empuje renovador del orden conocido. Mucho menos Sócrates, Homero, Solón, Sófocles o Aristóteles. Ni si quiera la sabiduría de Hipócrates hubiera sido posible sin el deseo de conquistar un ideal, sin romanticismo. Porque el romanticismo es evolución, cambio, conseguir un  ideal y mejorar el orden, no para subvertir lo que ya existe.

No fueron constructivos los movimientos culturales habidos en años precedentes, aun cuando lo intentaron. Aquellas normas burguesas no han sido superadas por otras mejores. Ni la "beat generatión" nacida en California, ni los movimientos artístico-culturales existencialistas de París; ni los opositores al puritanismo a través de un estilo nuevo literario; ni la experimentación poética encabezada por Allen Ginsberg y Jack Kerouac, frente a la industrialización contemporánea y tecnócrata de nuestra sociedad materialista y globalizada. Ni los movimientos hippie, como no lo fue la rebeldía de estudiantes universitarios de Berkeley, en 1964, convertida en otra revolución de derechos civiles. ¿Se fue al traste la cultura considerada producto de la burguesía? Pues no, todos fueron digeridos por el sistema dominante, cuyos poderes facticios los abocaron a una escala de valores contraculturales en su mayoría; subcultura, drogas, anarquía, sexo, tatuajes, y cibercultura, en tanto que se comercializaba el producto de sus movimientos de rebeldía.

El clasicismo mudó su piel absolutista por causa de cambios habidos en la conciencia colectiva. Cambios en trance de mayor industrialización. Se podrá suponer después de escuchar criterios expuestos por Hume, Voltaire, Berkeley, Kant, Rousso Sprengard, Ockham y Burley, que el sentimiento romántico no es sólo utópico y platónico, sino proyecto revolucionario en ocasión de pretender ser realidad. Tampoco Walter Scott, casado con Margarita de Drumont o Dumont, indistintos, hija del rey Jacobo II; ni Gowethe o Schiller, pretendieron afirmar que el romanticismo era sólo un a intención de cambio político. Significa liberarse de la mediatez del mundo para llegar al reducto deleitoso de un lugar soñado, hecho realidad, a la manera de la ilusión y del deseo. Es lógico que tal presupuesto sólo pueda ser alcanzado a través de la literatura, donde todos los mundos posibles se hacen realidad.

Don Quijote de la Mancha vivió loco y murió cuerdo: personaje romántico viviendo un cuento romántico. Sabía de la idealización de su vida y prefirió vivirla a su manera quijotesca, donde la ficción suplía a la realidad y esta realidad era cada día más parecida a una ficción literaria del horror.

(SIGUE).





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